Aparece esta obra de don Ramón Beteta, antes de haber transcurrido un año del fallecimiento de quien fue Secretario de Estado, Embajador en países europeos, Consejero de empresas, conerenciante, catedrático, periodista y se preocupó siempre por impulsar el desarrollo de México, Con esas páginas dio comienzo a sus memorias; tarea que truncarón las actividades a que se entregó después, sin disfrutar de una tregua para reanudar el relato.
Según los propósitos que expresó altrazarlas, sólo quería «entretener al lector y darle una visión del México que ya ha desaparecido; el de la primera mitad de este siglo, a través de los ojos de un niño y de un joven»; pero con tienen algo más, como el prologuista Salvador Novo sugiere: «El toque humano y dramático de las peripecias sufridas por un espíritu superior que busca su definición rodeado por los obstáculos más agobiadores: la pobreza en casa, la incomprensión en la escuela y el vendaval de la Revolución desatada entonces».
«Jarano» era el apodo familiar que el autor y su hermano empleaban para referirse al padre de ambos, desde el día en que le oyeron pronunciar esa palabra, por primera vez, aplicada al sombrero ancho, de palma, que les obligó a llevar no sólo en sus recorridos por el campo.
En realidad, como el prologuista advierte, se trata de un conjunto de episodios que aislados constituyen «magníficos cuentos impregnados de la más cruda y dramática realidad», unidos por la evocación, no exenta de ternura y con penetrantes observaciones, del padre en cuya compañía realizó la mayor parte del camino por las viejas calles de las colonias metropolitanas, por alguna municipalidad o por el Esta do de Veracruz. Concluye con el solemne funeral de «Jarano», en contraste con el humilde sepelio de la madre, que el autor une en sus recuerdos.
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