Con similar acierto, Miguel N. Lira ha escrito lo mismo poesía que novela y teatro, géneros en los que, sin menoscabo de uno respecto de los otros, ha adiestrado su sensibilidad. En esta ocasión, de acuerdo con una trama cuidadosa mente elaborada, crea una historia realista que tiene como escenario el centro del país y su capital. Para desarrollar el relato, Lira recurre al procedimiento de presentar la novela en forma de cartas, cada una de las cuales va descubriendo progresivamente, a los ojos del lector, nuevas circunstancias de la acción, matizadas con inteligencia literaria, o aspectos desconocidos de los personajes, que siempre resultan circunscritos por un ambiente muy concreto.
Con medios que enriquece una imaginación gobernada sobriamente, sin recurrir al abuso de la frase burda, sino por el contrario aprovechando un lenguaje lírico avivado de página a página, el autor traza con nitidez los claroscuros que ofrecen una muchacha burlada, un hombre enamorado y algunos seres degradados por los vicios, por el afán de amasar riquezas o por una concepción frívola de la vida y del mundo. Es decir, en estas páginas se plantean cuestiones cercanas a un mundo afín a la realidad, que finalmente es resuelto con violencia. Pero no obstante los temas, la dignidad artística de esta prosa se mantiene y contribuye a interesar al lector en las diferentes peripecias por las que pasan los personajes principales.
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